Buenos Aires al sol
Un domingo de verano parece un día de playa sin arena en
Buenos Aires. Los parques se tiñen de colores con centenares de personas que se
riegan en la hierba como lingotes dispuestos a fundirse al sol y quien busca
sombra la encuentra bajo los árboles en los bosques de Palermo, el Thays, el 3
de febrero, el Rosedal, Recoleta, el Centenario, Patricios, Rivadavia, Lezama,
entre otros.
También al borde del río se desparraman grupos familiares
para hacer sus días de campo en la reserva ecológica que es un verdadero
paraíso de vegetación y fauna silvestre donde lagartos, insectos de alas transparentes y diseño aerodinámico, montan su pista de vuelo sobre las plantas lacustres de las orillas
del riachuelo, disputándose el aire con mariposas y aves que suenan cada cual a
su manera.
La gente se tuesta en este país, persiguen al sol como el
pigmento del descanso, se dejan tatuar por sus rayos hasta lograr tonos oscuros
que contrastan con las tinturas oxigenadas de las melenas de las damas. Pelo
rubio y piel morena parece ser la imagen que más persiguen las mujeres desde
jóvenes y hasta edades avanzadas. Acaso una eterna Susana Giménez se quedó
grabada como ideal estético de varias generaciones que cuando llegan a la
madurez ya están mucho más viejas que sus pares en otras latitudes donde el sol
no es bienvenido.
El verano pinta la hierba con corrillos de gente que se
traslada con parasoles y telas de colores a despojarse de sus rutinas, donde
las familias dormitan mientras sus hijos juegan, los amantes se besan, los
jóvenes patinan, trotan, caminan, se deslizan en patinetas o bicicletas, pedalean
sobre el agua de los lagos y aprovechan la luz que estalla con su brillo
durante más de 12 horas al día por esta época.
Las ventas callejeras se reparten por los parques en
toldillos donde se ofrecen objetos artesanales, vestuario, accesorios,
antigüedades y comida. Los músicos y bailarines también se toman las plazas y
aceras. Hay pintores de gran talento que exhiben al aire libre sus trabajos
alternando en la misma cuadra con obras de mediocre factura.
Todo un panorama de contrastes se ve un domingo en el verano
porteño y entre el tumulto, también se camuflan los hábiles ladrones que
aprovechan el descuido de los turistas que no terminan de contar anécdotas de
bolsos desaparecidos en el apacible patio de algún restaurante, de billeteras
pescadas de los bolsillos en medio de alguna aglomeración, de teléfonos
arrebatados con velocidad desde una moto.
Arde Buenos Aires en verano, el sol que parece interminable,
hace brillar el agua de las fuentes donde familias enteras se refrescan, quema
la espalda de las esculturas que se intercalan en las avenidas y la gente lo
recibe con tanto entusiasmo que se intuye el impacto de su falta cuando cambie
la estación.
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