jueves, 10 de enero de 2013

Marta Minujín me tomó una foto


Marta Minujín me tomó una foto

La tengo firmada e impresa en papel bond. Marta, la reina del pop art argentino, la que negoció la deuda externa con Andy Warhol abonando con choclos, que según ella son el oro latinoamericano; la que volvió a quemar a Gardel en Medellín en 1981, la renombrada artista contemporánea me tomó una foto y es más, me conocía, me mostró mi hoja de vida en pantalla gigante, me proyectó en un televisor enorme y me despachó como cada tres minutos lo hace con quien asista a su exposición en el centro cultural La Recoleta.

No la vi por supuesto ni ella a mí. Todo es virtual en esa sala donde el que asiste se instala ante el computador, ingresa su nombre, la cámara registra su rostro y cual funcionario de inmigración, la artista lo identifica y lo exhibe como parte de su colección después de un recorrido por distintos objetos, un teléfono de disco, un radio viejo que amplifica el nombre, una pantalla que proyecta la fotografía y otra que reproduce la información que aparece en la red sobre el espectador de turno.

No pagué ni un peso por entrar ni a esa ni a las demás exposiciones que ahora están exhibidas en el centro cultural La Recoleta, quizás la más antigua edificación de Buenos Aires, que después de haber sido convento, capilla, escuela, ancianato, se ha convertido en museo, centro de formación artística y escenario para espectáculos, atrayendo multitudes durante todo el año.

En cada salón algo sorprende al visitante: fotografías como las de Sofía López Mañé en su muestra Construcción de la infancia, una magistral serie de imágenes de niñas que remiten al erotismo de la inocencia; esculturas y pinturas como las de Paula Rivero en su serie de Mujeres salvajes, donde el corpiño como camisa de fuerza y a la vez vitrina aparece en diferentes técnicas expresado con intensidad y belleza; pinturas  de Justo Solsona en gran formato, exposiciones colectivas en varias técnicas, fotografías, caricaturas, múltiples propuestas en un contexto arquitectónico que resignifica el edificio original.

Vale la pena perderse un rato entre ese laberinto y después caminar por los callejones del cementerio contiguo donde el arte y la historia son vecinos. 

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