Marta Minujín me tomó una foto
La tengo firmada e impresa en papel bond. Marta, la reina
del pop art argentino, la que negoció la deuda externa con Andy Warhol abonando
con choclos, que según ella son el oro latinoamericano; la que volvió a quemar a Gardel
en Medellín en 1981, la renombrada artista contemporánea me tomó una foto y es más, me
conocía, me mostró mi hoja de vida en pantalla gigante, me proyectó en un
televisor enorme y me despachó como cada tres minutos lo hace con quien asista
a su exposición en el centro cultural La Recoleta.
No la vi por supuesto ni ella a mí. Todo es virtual en esa
sala donde el que asiste se instala ante el computador, ingresa su nombre, la
cámara registra su rostro y cual funcionario de inmigración, la artista lo
identifica y lo exhibe como parte de su colección después de un recorrido por
distintos objetos, un teléfono de disco, un radio viejo que amplifica el
nombre, una pantalla que proyecta la fotografía y otra que reproduce la
información que aparece en la red sobre el espectador de turno.
No pagué ni un peso por entrar ni a esa ni a las demás
exposiciones que ahora están exhibidas en el centro cultural La Recoleta,
quizás la más antigua edificación de Buenos Aires, que después de haber sido
convento, capilla, escuela, ancianato, se ha convertido en museo, centro de
formación artística y escenario para espectáculos, atrayendo multitudes durante
todo el año.
En cada salón algo sorprende al visitante: fotografías como
las de Sofía López Mañé en su muestra Construcción
de la infancia, una magistral serie de imágenes de niñas que remiten al
erotismo de la inocencia; esculturas y pinturas como las de Paula Rivero en su
serie de Mujeres salvajes, donde el
corpiño como camisa de fuerza y a la vez vitrina aparece en diferentes técnicas
expresado con intensidad y belleza; pinturas de Justo Solsona en gran formato, exposiciones
colectivas en varias técnicas, fotografías, caricaturas, múltiples propuestas
en un contexto arquitectónico que resignifica el edificio original.
Vale la pena perderse un rato entre ese laberinto y después
caminar por los callejones del cementerio contiguo donde el arte y la historia
son vecinos.
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