Cadícamo y el nunca más
Aquellos amantes del tango Niebla del riachuelo del poeta Enrique Cadícamo
que busquen en el barrio porteño de la Boca la imagen del
“torvo cementerio” de barcos carboneros anclados al puerto para siempre,
quienes vayan tras las sombras alargadas que Benito Quinquela inmortalizó en su
obra, ya no encontrarán los “puentes y cordajes donde el viento viene a aullar”
ni la “triste caravana sin destino ni ilusión” que formó hasta hace dos años el
al parecer inamovible paisaje del lugar.
Le hacen falta a la canción que de tan bella manera habló
del nunca más con su metáfora del amor perdido, pues sin dudas esa ruina
flotante era la exhibición del triste destino de la vejez de barcos donde sus
desahuciados tripulantes sin patria se perpetuaban en la pobreza y la desesperanza
del retorno.
No cumplieron su sueño de partir hacia el mar pero ya no
están esos barrios de óxido que flotaron por años en la memoria de Buenos
Aires. En este verano sin niebla y sin barcos carboneros anclados, desde el
Riachuelo se ve el atardecer colorido y el paisaje despejado.
La Boca sigue ahí con su pequeño enclave que se
viste de fiesta los fines de semana y se atiborra de imágenes de bailarines,
pintores, artesanos y músicos al rebusque del presupuesto del turista, que
apenas sí se asoma a los alrededores de sórdidos conventillos donde la pobreza
y el deterioro no se pintan de colores ni resultan apetecibles para la foto del
recuerdo.
Sin inmutarse, los habitantes del barrio que no giran
alrededor del turismo, ven pasar los buses refrigerados y la romería de cámaras
fotográficas que se acercan al mítico estadio de la Bombonera, mientras sus
niños se refrescan en piletas de plástico entre las ruinas de sus viejas casas.
Nunca más los barcos exhibirán su deterioro en la Boca pero las ruinas siguen.
Falta Cadícamo para volver poesía esa desolación.
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