sábado, 19 de enero de 2013

La última sesión de Freud


La última sesión de Freud

Al apostarle a ese juego de bolsa de valores que representa el mercado de los productores de teatro en Buenos Aires, no se equivocó Ari Borovoy, cantante y actor de telenovelas mexicano, cuando decidió diversificar su plan de negocios y compró los derechos de La última sesión de Freud, una obra de Mark St Germain inspirada en el libro The Question of God de Armand Nicholi.

En enero de 2013 se da inicio a su segundo año en la cartelera bonaerense con una ocupación aceptable, que probablemente superará la cauda de espectadores que la vieron en Nueva York, ya que allá; aún cuando ganó el premio a mejor obra en el circuito off Broadway, se presentaba en escenarios de menos de 200 espectadores y aún así no cumplió el segundo año en cartelera ni recuperó la inversión de la productora que decidió sacarla del ruedo para no incrementar las pérdidas.

El referente neoyorkino no era un buen indicio para el inversionista pero Buenos Aires es tierra fértil para el espectáculo y este montaje, pensado no como obra de arte sino como opción comercial, es apto para atender un amplio sector objetivo.

Ese llamado target group por los publicistas, incluye espectadores entre 25 y 65 años con capacidad adquisitiva, gente que busque propuestas “interesantes, que inviten a la reflexión”, clientes que no quieren arriesgar su dinero y su tiempo viendo obras criollas sin aval internacional y de eso en esta ciudad con tradición teatral, hay bastante.

Pero si a este gentío se le añade la cantidad de hombres y mujeres que han sido, son o serán  pacientes de sicoanálisis sin importar que sus terapeutas sean seguidores o detractores de Freud,  ya vamos acercándonos a una multitud que ocupa los divanes y las butacas de los teatros argentinos y por eso la obra protagonizada por Jorge Suárez y Luis Machín, va de gira por la provincia también.

Pero ni la sala llena, ni el prestigio del teatro, los actores, director y demás integrantes del equipo de producción, salvan al espectáculo de su condición de acartonado maniquí montado para la vitrina.

Algunos de los trucos para aderezar su exhibición son el texto ágil, bien dicho, lleno de contrapuntos que hacen sentir al espectador que se está comportando como persona inteligente, equiparable a dos intelectuales como Sigmund Freud y su contrincante ideológico C. S. Lewis, cuya discusión ¡está entendiendo!; una puesta en escena sobria, una caracterización ajustada a la imagen histórica que cada una de estas figuras ha proyectado.

Valiéndose de esa superioridad que da la escena cuando presenta actores que se saben de memoria el texto y lo recitan con credibilidad, el espectador no tiene otra opción que seguir el ritmo y respirar cuando el diálogo ofrece la contradicción, el sarcasmo o el absurdo como recurso humorístico.

Falta la supuesta tensión que debe tener este tipo de dramaturgia y entonces la fecha del encuentro entre Lewis, el ateo converso y Freud, el ateo "gracias a Dios"; es escogida por el dramaturgo para el día exacto del inicio de la segunda guerra mundial, sin que el recurso tenga ningún éxito en esta versión. La amenaza de la guerra no deja de ser una caricatura sin ningún rigor. No resulta creíble para nada la supuesta inminencia del bombardeo sobre Londres.

Lo que sí resulta de un naturalismo extremo, grotesco e innecesario es la exhibición de la sintomatología del cáncer del fundador del sicoanálisis. ¡Qué vergüenza con ese señor! No hay derecho que se pretenda mover fibras a partir de la ostentación de la llaga. Ni un mendigo resulta tan impúdico como ese pobre Freud tosiendo y vomitando sangre, sacándose la prótesis con anilina para ponerla a hacer un asqueroso jugo rosado entre la jarra del agua ofrecida al invitado. Con ese criterio “estético” solo les faltó hacer circular la prótesis entre el público para que constatara que sí olía mal.

Lamentable este Freud para Dummies que da por concluidas las discusiones que plantea el personaje, dando a entender que con la obra ya quedó abarcado su pensamiento. Sin embargo, la alabanza de la crítica y el favor del público siguen inclinando los balances de los productores con saldo a favor.



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