El doctor Lacan
Otra vez la oportunidad de convocar público alrededor de la
vida de un famoso con seguidores, toma la forma de espectáculo. No se trata de
un tributo a una agrupación musical como ya es moda sino a lo que parece
haberse convertido en otra veta: un sicoanalista, en este caso Jackes Lacan, el
controvertido francés que exploró otro camino a partir de la obra de Freud.
Ya se había demostrado que el tema tiene seguidores,
particularmente en Buenos Aires donde la escuela sicoanalítica es toda una
institución. Y si con Freud se han llenado tantas salas, ¿por qué no lanzar a
Lacan a la búsqueda de un nuevo estrellato?
Pablo Zunino, el autor, no es un dramaturgo y se le nota. Su
reseña biográfica habla de un periodista, sicoanalista y “ex crítico” de
teatro, que después de escribir una nota sobre los 30 años de la muerte de
Lacan encontró que se podía hacer una obra de teatro y sin haberla escrito la
anunció como un hecho en el diario La Nación. Con esto inició una encuesta de
mercadeo con la cual logró comprobar que mucha gente se interesó en el asunto y
entonces lo cogió el afán y en tres meses ya tenía el texto.
Tomó de todo un poco y revolvió pero el experimento no dio
punto. Pretendió una comedia pero hizo una pobre caricatura de un personaje
cuya densidad académica es muy superior a las extravagancias personales que el
autor magnifica. Un Lacan de cartilla despacha en pocas líneas los rasgos
fundamentales de su pensamiento, ridiculizados en boca de su secretaria.
Gloria, la gallega que llegó a limpiar baños a la oficina
del doctor Lacan y terminó de dactilógrafa y secretaria, es quien expone de una
manera más que ligera el controvertido pensamiento del catedrático. La actriz
intenta desacertadamente hacer un personaje con acento español pero sus
reiterados errores de pronunciación le hacen perder toda credibilidad.
A falta de recursos teatrales, el autor inserta diapositivas
que evidencian su imposibilidad de asumir el "espacio vacío" y resultan un
relleno innecesario. La actuación grandilocuente del actor y su desesperación
por resultar gracioso dejan claro que no hay ningún Lacan en el escenario y cuando la secretaria y el psicoanalista deciden hacer un numerito de vodevil para atiborrar el tiempo, ya el asunto se ha vuelto patético.
No sé si por tratarse del estreno, la obra estaba habitada
por un grupo de entusiastas amigos del autor y los actores y por eso el público
aplaudió y se rió como si hubiera algo divertido, o definitivamente el afán de
reír a toda costa para no perder el dinero de la boleta ha formado un público
tan indulgente.
En todo caso, ya está demostrado que los sicoanalistas
tienen clientela más allá de los divanes, así que sentémonos a esperar obras
sobre otros de sus brillantes exponentes, y por qué no, sobre los protagonistas
de otras escuelas de la sicología. Para todos hay.
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