viernes, 25 de enero de 2013

El doctor Lacan


El doctor Lacan

Otra vez la oportunidad de convocar público alrededor de la vida de un famoso con seguidores, toma la forma de espectáculo. No se trata de un tributo a una agrupación musical como ya es moda sino a lo que parece haberse convertido en otra veta: un sicoanalista, en este caso Jackes Lacan, el controvertido francés que exploró otro camino a partir de la obra de Freud.

Ya se había demostrado que el tema tiene seguidores, particularmente en Buenos Aires donde la escuela sicoanalítica es toda una institución. Y si con Freud se han llenado tantas salas, ¿por qué no lanzar a Lacan a la búsqueda de un nuevo estrellato?

Pablo Zunino, el autor, no es un dramaturgo y se le nota. Su reseña biográfica habla de un periodista, sicoanalista y “ex crítico” de teatro, que después de escribir una nota sobre los 30 años de la muerte de Lacan encontró que se podía hacer una obra de teatro y sin haberla escrito la anunció como un hecho en el diario La Nación. Con esto inició una encuesta de mercadeo con la cual logró comprobar que mucha gente se interesó en el asunto y entonces lo cogió el afán y en tres meses ya tenía el texto.

Tomó de todo un poco y revolvió pero el experimento no dio punto. Pretendió una comedia pero hizo una pobre caricatura de un personaje cuya densidad académica es muy superior a las extravagancias personales que el autor magnifica. Un Lacan de cartilla despacha en pocas líneas los rasgos fundamentales de su pensamiento, ridiculizados en boca de su secretaria.

Gloria, la gallega que llegó a limpiar baños a la oficina del doctor Lacan y terminó de dactilógrafa y secretaria, es quien expone de una manera más que ligera el controvertido pensamiento del catedrático. La actriz intenta desacertadamente hacer un personaje con acento español pero sus reiterados errores de pronunciación le hacen perder toda credibilidad.

A falta de recursos teatrales, el autor inserta diapositivas que evidencian su imposibilidad de asumir el "espacio vacío" y resultan un relleno innecesario. La actuación grandilocuente del actor y su desesperación por resultar gracioso dejan claro que no hay ningún Lacan en el escenario y cuando la secretaria y el psicoanalista  deciden hacer un numerito de vodevil para  atiborrar el tiempo, ya el asunto se ha vuelto patético.

No sé si por tratarse del estreno, la obra estaba habitada por un grupo de entusiastas amigos del autor y los actores y por eso el público aplaudió y se rió como si hubiera algo divertido, o definitivamente el afán de reír a toda costa para no perder el dinero de la boleta ha formado un público tan indulgente.

En todo caso, ya está demostrado que los sicoanalistas tienen clientela más allá de los divanes, así que sentémonos a esperar obras sobre otros de sus brillantes exponentes, y por qué no, sobre los protagonistas de otras escuelas de la sicología. Para todos hay.

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